Tu ubicación dentro del autobús se alinea con mi entrada y se me hace inevitable no sonreír, tengo que mirarte, saludarte e incorporarme a la realidad. Debo preguntar la hora, hace parte del protocolo de la mañana aunque la respuesta sea la misma. -¡Ya es tarde!.
Tu voz se me hace cercana y sospecho haber esperado este instante, tienes el tiempo en tus palabras que se llevan mi aliento, lo disfrutas como si recordar fuera tú encanto y no quisieras liberarme hasta desmenuzarme. Es una lastima que te bajes.
Para la tarde ya te habré olvidado, y para la mañana de mañana sin recordarte esperaré, entre caníbales.