Solía contemplar por horas el horizonte, sola en esa pequeña, pero cómoda banca, ella esperaba ver el hermoso y eterno atardecer. Tal vez esta mujer llamada Hannah podría decir.
Un día cualquiera se encontraba allí triste y solitaria, con la mirada perdida, repasando en su mente una y otra vez las innumerables ocasiones que seres ingratos e indignos de su amor le rompieron su frágil corazón.
Pero eso no importaba ella seguía esperando, a algún “príncipe azul”, príncipe que sólo existe en las historias que le contaban de pequeña, no lo sabía, simplemente a cualquiera, en realidad ¿quién? era lo de menos.
Sólo necesitaba de alguien que se le acercara, se sentara a su lado, la tomara de la mano y le hiciera sentir que no estaba sola, alguien que ocupara el espacio vacío de la banca y contemplara con ella ese momento en que el sol se oculta detrás de la finita, pero inalcanzable línea que separa el suelo del cielo.
En ese momento Hannah pensaba
En ese instante perfecto donde se siente libre, cierra sus ojos y abre su mente, una mente abierta, llena de páginas en blanco e incompletas que busca la forma de terminar esas historias y escribir nuevas, historias con recuerdos, con lágrimas de dolor y alegría, y su corazón late tan rápido que corta su respiración, los segundos cada vez pasan más lento hasta llegar al punto donde no hay tiempo, espacio ni realidad, ese preciso trance donde su alma y cuerpo sólo pueden pensar en el amor.
No era locura lo que la invadía, era soledad…esta mujer llamada Hannah tan solo esperaba alguien que se sentara a su lado y descubriera la manera perfecta de decir, te amo.