Imaginá que sos Dios. Que naciste en un barrio marginado de la capital Argentina y empezaste a hacer milagros a los quince años con una pelota.
Imaginá que sos Dios, que las personas alrededor tuyo no se atreven a hablar mal de vos, porque si lo hacen están criticando a Dios y no podés criticar a Dios porque está por encima de todo.
Imaginá que sos dos personas; tres, si contamos a Dios. Que sos Diego, el chico inseguro que juega en su barrio; y Maradona, el de múltiples personalidades agobiado por el peso de su propio personaje. Sumale que además sos Dios.
Imaginá que también sos uno en casa y otro fuera de ella. Que tenés una novia que amás por encima de todo, pero también tenés otras más. Que tu novia no queda embarazada, pero tu amante sí. Que negás a tu primogénito a diario para reconocerlo treinta años después.
Imaginá que sos un profeta fuera de tu tierra. Que una pequeña y pobre ciudad al sur de Italia te acoge por tus milagros. Que les otorgás los campeonatos que nunca habían ganado. Que te veneran más que a su propio santo y te hacen estampitas dispuestas en altares a la par con crucifijos y vírgenes.
Imaginá que a Dios le gustan todas las mujeres, y las putas, y la cocaína. Que Dios está cansado de ser Dios. Que quiere escapar de la pesada carga de su divinidad.
Imaginá que en el fondo nunca dejás de ser Diego, el niño pobre que corre detrás de la caprichosa movido por el combustible de la rabia, la bronca y la lucha contra la adversidad.
Que también sos Maradona y no soportás la magnitud de tu propio poder.
Que te adoran, te veneran y no te perdonan.
Imaginá que sos Dios.