En El juego de las almas tomamos de referencia la película El abogado del diablo, donde ponemos sobre una balanza el desigual juego entre el bien y el mal, en el que los humanos estamos de por medio y ellos se juegan el destino de todos entre la seducción de los pecados capitales y el libre albedrío.
El Juego De Las Almas
“Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”
John Milton – Paradise Lost
“Yo tengo los pies sobre el mundo desde que comenzó este juego. He alimentado todas las sensaciones que el hombre ha querido experimentar. Siempre me he ocupado de lo que quería y nunca le he juzgado, ¿por qué? Porque nunca le he rechazado, a pesar de todas sus imperfecciones. Soy un devoto del hombre. Soy un humanista, quizá el último humanista.”
El eterno juego entre Dios y el diablo; nosotros las perpetuas fichas. Incluso reencarnamos para cambiar de rol en este juego sin fin que nunca tendrá ganadores. Es un juego desigual: el diablo tiene siete cartas bajo la seducción de los pecados capitales, Dios tiene una sola: el libre albedrío. El mundo dividido en dos bandos con dos armas: los salvados con la biblia debajo del brazo, los condenados entregados a los placeres del mundo y de la carne.
El condenado se mira al espejo y piensa “por fortuna no soy como ellos”. El otro condenado, el salvado, entra a la iglesia y dice: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres.” La búsqueda de la salvación encuentra en el ego la más grande condena.
La vanidad como forma favorita de engaño. Querer ganar siempre, a cualquier precio. Llegar a la cima utilizando a los demás como escalones. El enceguecimiento por sobredosis del yo en el embriagado vaivén del narcisismo: yo no pierdo, yo triunfo, yo logro todo; hasta ser nuestros propios enemigos escapando de los desencuentros en ese laberinto de almas donde jugamos a las escondidas con nosotros mismos. “El hombre es así, querido señor. Tiene dos fases: no puede amar sin amarse.”.