Quítame el cuerpo es un texto narrativo inspirado en la película La chica danesa, donde, inspirados en el personaje principal del largometraje, hemos creado un relato que transcurre en el lugar más cotidiano: el supermercado, en el cual una mujer transgénero se enfrenta a las miradas ajenas y las preguntas indiscretas de un niño a su mamá, que termina por regalarle una muñeca acompañada de una confesión.
Quítame El Cuerpo
“Qué hace el niño
César Cañedo
meciendo a escondidas la muñeca de su hermana,
soportando distintas fragilidades,
como si esa muñeca y el niño
juntos
tuvieran otra vida,
más respirable, más de niña.”
A la entrada del mercado, un niño gordo, con cara de abusivo, pantalones cortos y una blusita patética que le deja ver el ombligo me mira fijo. Mientras me observa como buscando el origen del mundo, hala el brazo de su madre y le pregunta, intentando susurrar: ¡¿Qué es?! ¡¿Qué es?!
En el pasillo agarro un champú azul marca Toretto, una maquina afeitar rosa con aloe vera, una caja de tampones para justificar cosas que no tengo y un jabón azul de bebé para darme un toque neutral, es decir, una perfecta combinación entre un color masculino y la suave femenina fragancia de la infancia.
El niño gordo reaparece, me mira desde el estante de las galletas y se acerca como rodando sobre su temprana desproporción: ¿Eres hombre o mujer? Lo miro y sigo, aunque valoro su pregunta, algunos ni siquiera se toman el tiempo y de la nada, me dicen, señora; y me ofenden, señora no soy, no estoy casada.
En el pasillo de las baratijas, pienso en lo que debí decirle, pero es que no estoy segura de lo que ven, ni de lo que verían si me quitaran este cuerpo. Debí relajarme y decirle lo que le dije a mi madre cuando cambié de nombre: “un vestido rojo es un vestido rojo, pero es otro vestido, cuando alguien lo levanta sobre el cuerpo que desea”. No significa nada, pero al menos lo hubiera dejado sin preguntas como a mi madre.
Nerviosa, como desde la infancia, cruzo el pasillo de refrigeradores que albergan los embutidos, cuna helada de mi dismorfia y reaparece el niño gordo. Mientras calzo en la punta de la lengua la respuesta que lo va a desarmar, él me regala una muñeca, que me confía, amamanta todas las noches a escondidas, y se aleja rodando alegre sobre un canto de mariposas.
Si lo vuelvo a ver un día, si me cruzo de nuevo con ese niño gordo que me ha dejado a su hija, tal vez le diga que me quite el cuerpo, para que pueda decirme lo que ve y así, de paso, le regreso el regalo.