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La Llamada De La Valentía

Inspirados en el documental La llamada de la Valentía de Brené Brown, narramos en Pueblo un relato de viaje, en el que una persona navega en sus pensamientos vulnerables desde la ventana de un avión. 

Desde La Ventana

“Aunque este universo poseo, nada poseo,
pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido.”

El caballero de la armadura oxidada

Un silencio de palabras asustadas se apodera de mí. Miro por la ventana y el viento hace que las gotas sobre el vidrio corran una tras otra hasta derramarse en una esquina. La sensación de emoción antes de subir a un avión no ha cambiado desde la primera vez que lo hice una década atrás. Es extraño que una persona de veinte años jamás hubiera subido a uno, pero mi vida estaba llena de eso: atemporalidades, incongruencias y lluvia persistente sobre las decisiones trascendentales. 

El avión vuela. Abajo una larga carretera se hace cada vez más angosta, los sembrados se mezclan en una colcha de retazos verdes y ocres, y una que otra casa corre debajo del avión mientras nos acercamos a las nubes. El paisaje se convierte en un azul lejano reducido a una montaña combinada con el cielo. Atardece y del lado contrario entra una luz dorada que le da cobijo a ese nudo que llevo atado en el estómago. 

Nos tenemos que llevar a donde queremos estar.” Esa frase me seguía sonando en la cabeza. Me resultaba tan bella, tan ilusoria y tan lejana. Nos tenemos que llevar; nos, a mí y a mis demonios. Llevar, como quien conduce algo, como quien se deja caer sobre esa colcha de sembrados, aunque tenga miedo. Pienso que la valentía tiene un amplio guardarropa; a veces se viste como superhéroe, pero su desnudez nace desde los lugares más vulnerables.

El vuelo que antes parecía en cámara lenta entre las nubes, ahora corre veloz sacudiendo las copas de los árboles mientras se acerca a una pista recta que alcanzó a ver por la ventana. Descender y aterrizar nunca parece tarea fácil; me refiero a la vida. Me refiero a llevarme, llevarnos, ir por el viaje recogiendo nuestras piezas rotas para armar, con valor, nuestra propia colcha de retazos.