¡Señora, ya hágase el bikini!

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“Un voyeur está motivado por la expectativa; en silencio invierte infinitas horas con la esperanza de ver lo que espera ver.”

Gay Talese

Luego de despachar a la niña (despacharla, como si fuera una caja con frutas o una orden con pechugas de pollo) me pongo la moña roja, única prenda que vestiré esta mañana.

Desde el edificio del frente, el hombre me mira fijo mientras sorbe café y mueve la gorra. Parece un partido de béisbol: cógeme las pelotas rápido, derecha, izquierda, jugada, sorbito.

Le regreso la mirada mientras sostengo mis senos como dos huevos de dragón (mi hija dice que mis tetas son dos manifestaciones de la vaca y yo recuerdo que la alimenté poco de bebé, ojalá no esté mal con eso) y el tipo se va.

Trae un roscón de pan gigantesco y lo usa como mirilla. Me enfoca con su artefacto de harina y dulce de guayaba, lame el centro, los bordes y muerde con los ojos abiertos. También besa así, lo conozco. Vivió conmigo y sé coge rápido, siempre en misionero, como un boy scout que aprendió a contar sin los números 4, 6 y 9.

Desde acá se le ven los rollitos de la cadera y la papada incipiente.  ¡Señor, haga dieta! Le diría si todavía lo tuviera aquí. Él me diría quizá: ¡Señora, ya hágase el bikini!¡Señora, ya cierre las piernas y salga de mi roscón! Así era, nunca fuimos buenos para escucharnos. Lo de nosotros siempre fue mirarnos y descubrirnos sin la verdad más allá de la ventana. 

En casa todo fue lo de siempre, caer en la rutina. Reconocer en su denudes el paso del tiempo. Cerrar la ventanas y ahogarnos en tanta humanidad que cae por la gravedad, que transita y abandona el cuerpo. Coger dejó de ser divertido y lo recuperamos todo en la experiencia del voyeur, desconociéndonos, viendo lo que queríamos ver.

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