Regalo de Navidad

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—Hace un calor insoportable —dijo el hombre que sostenía al niño que llevaba la varita de mago. Le entregué la carta y regresaron a la mesa, en donde dos mujeres y una niñas organizaban regalos.

Atendía otras mesas mientras el niño que me miraba ir y venir, me apuntaba como intentando deshacer un hechizo antiguo.  

La mujeres lo besaban y él les apuntaba. Es hermoso, comentaban y reían.  El hombre se movía en su silla con una cara inconfundible de molestia, sudando y haciendo tronar los dedos de las manos. (Era un verano insoportable, es cierto, pero él hombre sudaba más de los normal).

—Mira a Lucio —dijo la mujer más vieja, mientras sacaba al niño de su coche. Todas miraron al hombre —La mirada es idéntica —completó la mujer como buscando la aprobación del hombre que permaneció en silencio. 

—Pero se parece más a mamá —dijo una de las niñas. —A papá se parece poco.

—Abran los regalos ¡No soporto el calor! —dijo el hombre, y le niño lo miró como intentando explicarle algo, señalándolo enfáticamente el cielo raso. 

—No sé —dijo la otra niña—. La abuela dice que con el tiempo somos del color de las orejas. Ahora parece un copito de nieve y tiene la mirada más extraña que conozco.

El hombre se levantó y azotó la palma de la mano sobre la mesa, mientras que el niño que todavía le apuntaba al cielo raso, dio un brinco y desató un aguacero que inundó cada rincón del lugar.

Todos culparon al sistema contra incendios, aunque no había fuego ni grande ni pequeño. El agua caía mientras el niño lloraba y las mujeres y las niñas intentaban salvar los regalos. En hombre permaneció sentado, por fin tranquilo y sacó de una de las cajas de regalo, un enorme paraguas negro, que puso sobre el niño de la varita de mago.

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