¿Cuándo llegaré a casa?

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¿Cuándo llegaré a casa? Como pregunta poética sin respuesta narrada en un mundo postapocalíptico nueve años después del fin del mundo como lo conocemos. Inspirado en el libro La constelación del perro del autor Peter Heller hacemos un recorrido por aquello que va desapareciendo y lo que permanece cuando todo lo que ahora es relevante de repente deja de existir.

Quiero ser dos personas al mismo tiempo. Para que una pueda escapar corriendo. La constelación del perro

Hace nueve años dejó de existir el mundo como lo conocíamos. El mundo de levantarse, ver el noticiero, ir a trabajar, volver a casa y esperar la vida después; creyendo que allá, del otro lado del tiempo, existiría algo más real que nos despojara de la sensación de lo temporal.

Ahora no hay horarios; comemos cuando nos da hambre y contamos los días para que no se nos escapen. Tampoco hay gente. Solo postales aéreas de ciudades quemadas, la naturaleza abriendo sus fauces y uno que otro sobreviviente dispuesto a matarme; una tierra de zombis.

Tuve un trabajo, una esposa, casi un hijo, un perro. Ahora tengo un vecino. Solo uno. Somos vecinos por necesidad, porque es más fácil sobrevivir de a dos. No me gusta matar, aunque de ello dependa mi supervivencia; a él le gusta matar. Sin añadiduras. Me gusta sembrar y cosechar. Me gusta la poesía. Me gusta navegar las tenebrosas aguas de los recuerdos. Me gusta inventar constelaciones, como La constelación del perro y una constelación para Melissa.

Vuelo en La Bestia con mi licencia de piloto número 135-271, como si eso importara, como si alguna torre de control pudiera preguntármelo. Viajo una vez al mes a un camión lejano lleno de latas de Coca Cola para surtir nuestra dosis de cafeína. A veces voy de pesca, aunque ya no existan truchas ni alces ni tigres ni elefantes. 

Mi poema favorito es de Li Shangyin, del siglo IX en China. Se llama: ¿Cuándo llegaré a casa?

¿Cuándo llegaré a casa? No lo sé.

En las montañas, en la noche lluviosa,

el lago otoñal se ha desbordado.

Algún día volveremos a estar juntos.

Nos sentaremos junto a la ventana del oeste, con luz de velas.

Y te contaré cómo te recordaba

esta noche en la montaña tormentosa.

Algún día volveremos a estar juntos, y aunque no me guste matar, ya lo hice, por un libro de poesía que en su primera página tenía una dedicatoria de Melissa.

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